Una recia identidad vitícola, un entorno físico nítido y puro, un porvenir de vitalidad y temperamento. Álvaro Palacios llega en 1989 a Gratallops de la mano de un grupo de productores locales para extraer lo mejor de la ecuación histórica que caracteriza a esta tierra frugal y mística.
El paisaje tortuoso del Priorat. Las cuestas tapizadas de viñedo y los pueblos compactos y térreos guardan la memoria de un pasado ligado a los monjes cartujos. Bajo la protección de los riscos de la sierra del Montsant, la orden fundó en 1194 el monasterio de Escaladei. Desde aquí desarrolló la cultura de la vid por espacio de más de seis siglos. Esta dilatada presencia monacal pervive en estilos y formas de cultivo, aliada con una orografía compleja que facilita el aislamiento. Así, sobre las escarpadas colinas de suelos abiertos y básicos, cuelgan viejas viñas de garnacha en las que se adivina una antigua sabiduría.
El laboreo secular de los payeses, el empeño de los animales de tiro, la pervivencia de un carácter vitícola recio y vigoroso. Y el clima contrastadamente mediterráneo. Con más de 3.000 horas de sol y una pluviometría inferior a los 380 mm anuales, la proximidad del mar concede el frescor de la garbinada, la brisa de levante.
En los parajes de la propiedad, treinta manos expertas saben trabajar la tierra rota y ladeada. La mula escala el terreno inestable y abre con la azada la tierra de licorellas, las características losas de pizarra. Es un vínculo con lo vivo, una búsqueda constante de la pureza. Espíritu y dureza, paciencia y pasión, luz y rigor. Todas las connotaciones de la historia, del esfuerzo y de la geografía se subliman en vinos de estructura rotunda y fresca mineralidad.